martes, 9 de octubre de 2012

Mi Vespa cumple 30 años...

Bueno la mía no, le queda poco eso si, pero no, no es mi Vespa. Se trata de la de un periodista que atiende al nombre de Adrián Ausín. Escribe para el diario El Comercio de Gijón y aquí os dejo esta crónica con su vieja compañera de aventuras como protagonista.


Es mi más antigua compañera. Hoy cumple 30 años. Una edad respetable. Un hito que ya quisieran muchos. Pero ella está ahí, radiante, esplendorosa en su segunda o tercera  juventud, siempre dispuesta a acompañarme, fiel hasta el final. En su dni figuran unos datos dignos de mención. Fecha de matriculación, 8/10/82. Marca y modelo: Vespa 125. Anchura y longitud, 680×1.750 mm. Tara, 82 kg. Peso máximo autorizado: 242 kg. Número de asientos: 2. Potencia fiscal: 1 CVF. Fecha inspección: 19/6/80. Esas son sus señas de identidad. Sin embargo, no siempre fue mía. No fui yo quien la estrenó. El privilegio le correpondió a un supuesto vieyu. Este, por motivos que desconozco, la vendió enseguida a un joven gijonés llamado Jorge. Y Jorge, tras meterle toda la caña del mundo, la puso en venta el verano de 1986. Me tocó negociar con su padre en un bar. Puso a su hijo por las nubes, cómo no, dijo que la moto estaba perfecta a sus tres cortos años de vida y me pidió cien mil pesetas. Le ofrecí noventa mil y el trato quedó cerrado. Acababa el mes de septiembre. Puse la moto a mi nombre el 7 de octubre, saqué el carné de conducir y, con una experiencia casi nula, partí insensatamente a Bilbao montado en ella unos días después. 
Gijón-Bilbao sin autopistas y con un insensato al volante fue la primera aventura con mi flamante Vespa. Tenía 19 años. Superadas las curvas hasta Villaviciosa, decidí apretar el acelerador como muestra de optimismo. Puse la moto a más de cien por hora en aquella larga recta y antes de acabarla se apagó. Primer calentón. No sabía qué tenía, ni arrancar corriendo, ni tampoco había móviles de aquella. Así que aguardé media hora, hasta que se apiadó de mí y arrancó. En Saltacaballos, en una curva de 360 grados, en una zona atestada de camiones, medí mal e invadí el carril contrario por completo hasta salirme por el arcén del otro lado. En ese instante no venía nadie. Se obró el milagro y llegué a Bilbao. Empecé a ir a diario en moto a la facultad y en noviembre, con dos cojones, realicé otro viaje a Gijón, solo de fin de semana, montados en la Vespa servidor y acompañante, José, el equipaje de los dos y una rueda de repuesto entre las piernas. Llegamos. Volvimos. Y repetimos el operativo en diciembre. Y luego en Navidad. El vendedor preguntaba por mí a mi tropa gijonesa y flipaba. No le cuadraba que la moto tirara tanto porque me la había vendido con el cigüeñal tocado. Él contaba con que cascara enseguida y yo dale que te pego entre Gijón y Bilbao. La avería no llegaría hasta dos años después. Fue la primera apertura del motor. 30.000 pelas de aquellas y a tirar millas.
En aquellos primeros años fue memorable también un viaje veraniego de Gijón a Riaño, con mi hermana mayor de paquete, en el que atropellamos una vaca subiendo el puerto de Tarna. Ella pegó un bote justo cuando la íbamos a adelantar, quedándose enmedio. Le di con la chapa en el lomo, dio otro bote y pudimos seguir sin caernos. Otro pequeño milagro. Acabada la carrera y el máster, llegó la hora de poner rumbo a Granada. Aquel verano viajé en el 2CW y dejé la moto en Gijón reposando. Pero luego tocó la Expo92 y la facturé en tren hasta Sevilla, donde me servía a diario para aparcar en la Isla de la Cartuja. Aquel año 1992 realizaría singulares viajes por Sevilla rumbo al tren con señores de traje y corbata detrás, como el subdirector del periódico Ideal de Granada, mi tío Luis de Bilbao o incluso mi padre. Bonitas estampas sevillanas. De vuelta a Granada, la Vespa inició su periplo albaicinero. Mi casero, mi querido Manolo Matés, me prestó la llave de una casa en ruinas situada frente a mi apartamento y allí dormía entre gatos.
Cuando volví a Gijón, en 1995, la moto inició un deterioro progresivo. La usaba mucho, pero la maltraté durante años, dejándola dormir en la calle y dejando también que el óxido se la fuera comiendo. Asi llegó el verano de 2008. La dejé aparcada delante de casa, junto a los contenedores de basura y me fui a los Picos de Europa con un amigo. Al volver, dos días después, la moto no existía. Tres rumanos la habían robado a las cuatro de la tarde, a pleno sol, subiéndola a una furgoneta blanca. Ahí apareció mi ‘hada madrina’. Una maja vecina, Laura, les tomó la matrícula, fácil pues tenía la edad de su marido en aquel momento (O-OO43-Z), así que con esos datos fui a Comisaría y la moto apareció a la mañana siguiente. Estaba en una casa en ruinas de Jove tirada encima de un montón de chatarra (¡la querían para chatarra los muy cabrones!). Hubo tres detenidos y yo recuperé la moto. Cuando estuve con los policías en el momento de la entrega, la Vespa realizó toda una proeza. Daba pena verla. A los variados óxidos síntoma de mi abandono, se sumaron las mutilaciones: sin sillín, sin focos, sin cuentakilómetros, con un tajazo de radial en medio del manillar… Pese a aquel lamentable estado, les dije a los polis: igual os doy una sorpresa. ¡Y arrancó! Pero claro luego tuve que llevármela en una furgoneta prestada. Aquel arranque fue en realidad una petición de clemencia. Si llegamos hasta aquí podemos seguir juntos un poco más, ¿no te parece? Eso quiso decir mi añeja O-O834-Z. Entonces apareció Orlando, un amante de las Vespas que se ofreció a restaurármela sin prisas. Le entregué sus restos. Unos días después me facilitó una lista de todas las piezas que debía comprar: llenaban dos folios. Hice el pedido por internet. Luego le aboné la pintura. Luego alguna pieza más. Luego un contratiempo. Luego que si también había que cambiar carburador y tubo de escape. Al final, en julio de 2009, casi un año después, recibí un producto de museo, una beldad que empezó a causar estragos en los semáforos, miradas de admiración, piropos, ofertas de compra… Me había costado casi el precio de una Vespa nueva (más de dos mil euros), pero había merecido la pena. Mi Vespa y yo seguíamos juntos. Ahora la guardo a diario en el garaje, le doy de beber los mejores néctares de las gasolineras, le paso el trapo, la mimo; y ella a cambio me sigue llevando a diario a EL COMERCIO, salvo que tenga margen suficiente para ir andando, e incluso se atreve a veces a coger el Infanzón o la carretera de Somió para depositarme, sano y salto, en el pradín de San Miguel de Arroes. Cualquier día la sorprendo con un viaje de larga distancia, como los de antes, pero de momento andamos en versión casera. Esta es mi Vespa 125, absolutamente única en su especie.
La "superviviente"
enlace original: http://blog.elcomercio.es/campoyplayu/2012/10/08/mi-vespa-cumple-30-anos/

5 comentarios:

  1. Bonito relato. Amor, abandono, rapto, recuperación, arrepentimiento,y final feliz. Con mucho menos en Hollywood montan una peli.
    He disfrutado leyéndolo y me ha hecho pensar en la historia de mi Lambretta (no tan épica) de sueño cumplido. Sólo le ha faltado que el que suscribe este blog le otorgue una banda sonora de soul claro (soul para una historia con alma)
    Gracias

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  2. Gracias a ti Miguel por pasarte por este blog y tomarte la molestia de escribir.
    Yo creo que todos los que tenemos viejas máquinas podemos, en mayor o menor medida, suscribir estas lineas. Aunque ciertamente las avatares de esta Vespa son dignos de una película.
    Banda sonora?, pues si, pero no solo a base de soul, para determinados momentos pediría un buen y viejo blues ... Lo dicho, gracias por pasarte

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  3. gran artículo, si señor!!! me encanta el rollo de darle zapatilla a la vespa, nada de vueltas de domingo, caña, caña, caña

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  4. Detrás de una vespa/Lambretta, siempre hay una bonita historia.
    Kary

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